jueves, 4 de noviembre de 2010
Ella
Ella se deja mover.
Por su cuerpo. Deja que su cuerpo tome la iniciativa, la invite a ir a un espacio, a un hueco, a una sensación. Se queda, sigue. Respira, deja que el aire entre y la mueva también. Fundamentalmente deja que el aire la mueva.
Y que el cuerpo proponga.
Ella descubre su cuerpo en el viaje. Zonas deshabitadas, zona poco transitadas, zonas que cambiaron de ayer a hoy, de un momento a otro, zonas que recuerda desde hace unos días o años, se acuerda que las descubrió. Pero no es el lugar del recuerdo, así que se esfuma esa idea. En el total del tiempo dedicado, descubre.
Todavía vive en su cuerpo la sensación de un árbol azul. Una red azul de energía que fluye. Lo sintió días antes, también, moviéndose.
Ese árbol la mueve, se mueve con ella, es ese árbol que está dentro de Ella.
Siente que su nuca es un ojo enorme, abierto como una boca, con párpados como labios, que mira desde atrás. Si se apoya en un cuerpo, mira dentro.
Ella atiende a es sensación de labios y toca su boca. La boca no se abre. El sacro está abierto. La atención está despierta, viaja de un sitio a otro con el movimiento, releva, escucha, respeta. Por eso se va de la boca, portal cerrado. Lo escucha, lo respeta.
La piel está abierta hacia adentro y hacia afuera. Sigue siendo membrana. Es portal, abierto.
Son las sensaciones que llegan. Las palabras anuncian, ponen nombre, después. De un modo fidedigno y delimitado a la palabra pretende expresar la sensación. No cercarla.
Dibuja.
Ahora experimentó un poco más. Tiene más para elegir. Es material para tomar decisiones. Siente que la decisión emerge y la deja surgir. Aunque sea novedosa o vieja y nuevo el camino o hace mucho no transitado. Y es certero. Emerge desde el centro, se manifiesta en equilibrio y plenitud. Sin error. Auténtico. Ni mal ni bien. Tao. Es una sensación tangible, como la respiración.
jueves, 17 de septiembre de 2009
Ursula
Sólo en la oscuridad, la luz
Sólo en la muerte, la vida
Brilla el halcón en el cielo vacío
martes, 15 de septiembre de 2009
La vida sólo puede ser recreada
“La vida no puede ser reparada,
solo puede ser recreada”, Mircea Elíade
Después de años de creer que era a partir de las letras que podría reescribirse la historia, la propia, la de un conjunto; descubrí la fuerza incuestionable de reescribir experiencias a partir del movimiento. Y sin siquiera tener presente las experiencias. Porque en el cuerpo, ahí están. Son presencia. Puro estar en estado no verbal.
Y, aunque cueste creerlo si no se experimentado, habilitar ese movimiento trunco, volver a pasar por ese sitio que teníamos vedado, no habitado, volver a transitar un movimiento que había quedado congelado y poder seguirlo, costosa o felizmente, puede acabar con aquel rastro doloroso, reconstruir ese viejo sentido en uno nuevo, encontrar esperanza, habilitar espacios, corpóreos, y simbólicos. O, sencillamente, generar satisfacción.
La presencia de esa parte de nuestra historia inscripta en el cuerpo es en el movimiento apenas (y a veces a penas) un lugar. Un rictus. Un encogerse de hombros, o un rastro de ese encogerse de hombros, una secuencia de un movimiento mayor, una tensión en el estómago ante una duda, un fruncir el ceño, pueden estar inscriptos en nuestro cuerpo a partir de una sola experiencia, que quedó allí, congelada, agarrada. Como una verdadera garra, que nos toma, a la que nos tomamos, por hábito, por costumbre, por no haberle dado la posibilidad o la experiencia de ser soltada, de encontrarle otro camino a ese movimiento.
En la experiencia de moverse, de transitar movimientos, el docente puede verbalizar esas experiencias, o no. Si las nombra, puede brindar elementos para su comprensión consciente. Si no lo hace, puede simplemente guiar al alumno que quizás reconozca una nueva inscripción como satisfacción en algún grado. O registre un cambio. Cualquiera a quien le guste bailar y lo disfrute, o encuentre placer en una clase, puede reconocer esa sensación. Esto en una versión optimista, porque a veces los cambios son registrados como molestia, como dolor, como disgusto. Porque puede ser que en el camino de encontrar posibilidades nuevas en nuestro cuerpo el paso que hemos dado no sea el mejor, sólo sea un pequeño timoneo hacia otros horizontes. Y la sola actitud de tomarlo como un buen augurio requiere confianza, en el propio aprendizaje y también, en el docente.
Si la búsqueda es conciente, la palabra puede abrir caminos. Pero como cualquier cosa que es nombrada, también corre riesgo de quedar nuevamente congelada en esa nueva experiencia. Aunque sea un gran descubrimiento, es uno aún mayor comprobar que los caminos, en el cuerpo como en la vida, se van trazando cada vez, si la curiosidad, por nombrar un motor, lo permite.
Es por eso que al final de cada clase mis maestros, y muchos discípulos de tantos otros maestros, invitan a habitar esas sensaciones nuevas sin modificarlas. Sin volver a movimientos – o sensaciones- conocidos. Y, para quien haya tenido esa experiencia, sabe lo enorme que es la tentación física de volver a lo conocido, al hábito. A esa forma de garra a la que nos aferramos. A esa vieja estructura física y conductual, a la que el cuerpo apeló alguna vez como refugio, y que se niega a abandonar hasta descubrir que una nueva posibilidad es, en sí, una esperanza.