jueves, 17 de septiembre de 2009

Ursula

Sólo en el silencio, la palabra
Sólo en la oscuridad, la luz
Sólo en la muerte, la vida
Brilla el halcón en el cielo vacío

martes, 15 de septiembre de 2009

La vida sólo puede ser recreada


“La vida no puede ser reparada,

solo puede ser recreada”, Mircea Elíade

Después de años de creer que era a partir de las letras que podría reescribirse la historia, la propia, la de un conjunto; descubrí la fuerza incuestionable de reescribir experiencias a partir del movimiento. Y sin siquiera tener presente las experiencias. Porque en el cuerpo, ahí están. Son presencia. Puro estar en estado no verbal.
Y, aunque cueste creerlo si no se experimentado, habilitar ese movimiento trunco, volver a pasar por ese sitio que teníamos vedado, no habitado, volver a transitar un movimiento que había quedado congelado y poder seguirlo, costosa o felizmente, puede acabar con aquel rastro doloroso, reconstruir ese viejo sentido en uno nuevo, encontrar esperanza, habilitar espacios, corpóreos, y simbólicos. O, sencillamente, generar satisfacción.
La presencia de esa parte de nuestra historia inscripta en el cuerpo es en el movimiento apenas (y a veces a penas) un lugar. Un rictus. Un encogerse de hombros, o un rastro de ese encogerse de hombros, una secuencia de un movimiento mayor, una tensión en el estómago ante una duda, un fruncir el ceño, pueden estar inscriptos en nuestro cuerpo a partir de una sola experiencia, que quedó allí, congelada, agarrada. Como una verdadera garra, que nos toma, a la que nos tomamos, por hábito, por costumbre, por no haberle dado la posibilidad o la experiencia de ser soltada, de encontrarle otro camino a ese movimiento.
En la experiencia de moverse, de transitar movimientos, el docente puede verbalizar esas experiencias, o no. Si las nombra, puede brindar elementos para su comprensión consciente. Si no lo hace, puede simplemente guiar al alumno que quizás reconozca una nueva inscripción como satisfacción en algún grado. O registre un cambio. Cualquiera a quien le guste bailar y lo disfrute, o encuentre placer en una clase, puede reconocer esa sensación. Esto en una versión optimista, porque a veces los cambios son registrados como molestia, como dolor, como disgusto. Porque puede ser que en el camino de encontrar posibilidades nuevas en nuestro cuerpo el paso que hemos dado no sea el mejor, sólo sea un pequeño timoneo hacia otros horizontes. Y la sola actitud de tomarlo como un buen augurio requiere confianza, en el propio aprendizaje y también, en el docente.
Si la búsqueda es conciente, la palabra puede abrir caminos. Pero como cualquier cosa que es nombrada, también corre riesgo de quedar nuevamente congelada en esa nueva experiencia. Aunque sea un gran descubrimiento, es uno aún mayor comprobar que los caminos, en el cuerpo como en la vida, se van trazando cada vez, si la curiosidad, por nombrar un motor, lo permite.
Es por eso que al final de cada clase mis maestros, y muchos discípulos de tantos otros maestros, invitan a habitar esas sensaciones nuevas sin modificarlas. Sin volver a movimientos – o sensaciones- conocidos. Y, para quien haya tenido esa experiencia, sabe lo enorme que es la tentación física de volver a lo conocido, al hábito. A esa forma de garra a la que nos aferramos. A esa vieja estructura física y conductual, a la que el cuerpo apeló alguna vez como refugio, y que se niega a abandonar hasta descubrir que una nueva posibilidad es, en sí, una esperanza.

viernes, 4 de septiembre de 2009

I- cotidiana maravilla


Una familia entera de langostas bebés, en mis margaritas.
Qué casa eligieron, qué estación para detenerse, qué regalo

lunes, 17 de agosto de 2009

pie y arena


El pie se da a la arena para que lo adorne.
La arena brilla, le da su huella destelleante.